martes, 21 de enero de 2014

Un sentimiento, una catedral y una afición.

A finales del siglo pasado, un extraño fenómeno hizo temblar hasta a los más prodigiosos científicos del mundo. En una pequeña ciudad al norte de España, incrustada entre montes y atravesada por una gran ría, los niños parecían nacer sanos y sin ningún problema a primera vista, estaban sanos, delgados, fuertes... Sin embargo, a la hora de pesarles, la balanza marcaba que el peso de dichos niños superaba las toneladas de kg. Los científicos quedaron aterrados, y su asombro fue mayor cuando comprobaron que desde entonces hasta ahora, los bebes de esa ciudad siguen pesando toneladas al nacer. Efectivamente, dicha ciudad es Bilbao.

Los científicos dieron la voz de alarma, y eruditos provenientes de todos los rincones del mundo se reunieron para analizar el problema, y al fin, tras años de exhaustivo análisis, dieron con la raíz de dicho "problema": los niños de Bilbao, desde que nacen hasta que mueren, llevan al Athletic Club de Bilbao y a San Mames metido en su cuerpo, en su carne, en sus venas.



Sí, puede sonar surrealista e incluso uno puede llegar a pensar que los bilbaínos están tomando el pelo a más de medio mundo, pero es así. Para unos padres bilbaínos, es  hasta insultante pensar que su hijo no va a ser de un equipo que no sea el Athletic, pensar que su hijo nunca pisará la Catedral del fútbol, San Mames. Es por eso que un niño bilbaíno es desde pequeño del Athletic, le educan en ello. Como bien decía Julen Guerrero, en Bilbao los niños nacen con el chupete del Athletic en la boca, y no le falta razón. Cuando ese niño cumpla un año, tendrá como regalo de cumpleaños un babero del Athletic, a los dos años, un albornoz del Athletic, a los tres, unas zapatillas de casa, y así sucesivamente hasta llegar a los siete u ocho años, edad en la que sus familiares le regalaran la primera camiseta del Athletic y una entrada para ir a ver un partido a San Mames. Ese niño de edad prematura recordará para siempre ese cumpleaños, puesto que para él será como una especie de iniciación en una religión, como el bar mitzvah judío o como la comunión católica, el niño entrará a formar parte de ese selecto y a la vez amplio club de aficionados del Athletic de Bilbao. Pero lo más mágico está aún por llegar. Ese momento en el que el pequeño renacuajo, hecho un manojo de nervios, y de la mano de su aita o su aitite, suba las escaleras de una tribuna cualquiera de San Mames y vea el verde de la hierba, el olor a puro, a Herri Norte en su esquina habitual o a sus ídolos calentando sobre el césped, ese será el momento más especial de su hasta entonces corta vida. El chaval observará intrigado el partido, y escuchará con enorme emoción esos "Athleeeeeeeetic, Athleeeeeeeetic", los "Lo lo, lo lo lo lo lo" con las bufandas al viento o los "Athletic, beti zurekin, beti zurekin". El resultado, por un día, le dará igual, él se irá feliz a la cama, y soñará lo que todo niño bilbaíno ha soñado alguna vez en su vida, soñará con ser jugador del Athletic Club.

Año 2014. Tras la demolición del viejo San Mames, el Athletic estrenó nuevo estadio el año pasado, un estadio en el que ningún equipo visitante ha logrado ganar todavía, y no precisamente porque no lo hayan intentado. Los rojiblancos han tenido que remontar más de cuatro o cinco veces un resultado adverso para llevarse los tres puntos, o como mínimo, para puntuar.

Hoy hay partido a las 22:00 en San Mames,  ese niño, que ahora es un joven aficionado de 17 años se dirige con la misma ilusión del primer día a una de las puertas que dan acceso al estadio. De camino, una señora mayor le pregunta contra quién juega hoy el Athletic, a lo que el joven responde: "Señora, da igual contra quien juguemos, porque vamos a ganar". El chico accede al campo, y empieza a sonar el himno, ese himno que todo vizcaíno se sabe como si de una lección de historia se tratase, después el speaker anuncia la alineación de los leones y a jugar. A los 15 minutos, varapalo, gol del equipo rival. "Otra vez a remontar" piensa el chico y las otras 35.499 almas allí presentes. Sin embargo, parece que no será tan fácil como otras veces, y al descanso el marcador permanece 0-1.
Tras la reanudación, los rojiblancos marcan el primer gol, el segundo, el tercero y el cuarto, y el equipo rival hace el tanto de la honra. Al final, 4-2. Otros 3 puntos, otra remontada y a soñar con la Champions. De camino a casa, el joven vuelve a sentir la felicidad que sintió la primera vez que entro a San Mames, esa felicidad que todos los athleticzales sienten cuando su equipo gana, e incluso cuando empata o pierde, porque ser del Athletic ya es un motivo de felicidad.
Al día siguiente, todos los periódicos deportivos de la zona abren en su portada con el resultado del partido de ayer, y titulares como: "San Remontada", "Otra remontada más" u "Otra vez". La alegría y al euforia tiñen las calles bilbaínas, y hacen que un día laboral se haga menos pesado gracias a la victoria del Athletic.


Y es que San Mames ha tenido desde siempre algo especial, un algo especial que es indescriptible para alguien de fuera, pero que los bilbaínos lo notan cada vez que hay partido en la Catedral. Como si de algún tipo de fórmula matemática se tratase, la afición y el propio estadio dan una inyección de confianza, apoyo, moral e incluso de fútbol a los jugadores locales, una inyección que les lleva a remontar el partido para acabar ganándolo. Y toda esa química que se crea es por lo que se dice que el Athletic es un sentimiento unido por dos colores, un sentimiento del pueblo, que no se puede explicar. Porque, como bien dice el libro, "el Athletic es cuestión de familia, lo del fútbol, créanme, es secundario."



Jon Martínez / @maarti45



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